
Las Semanas Santas de antaño en la isla de Margarita

as Semanas Santas de Antaño, en la Isla de Margarita, son dignas de recordar; mas hoy, cuando todo ha sufrido radicales transformaciones. Con gran fervor religioso se rememoraba la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, en las capitales de los seis tradicionales Distritos y en El Valle del Espíritu Santo. De manera muy especial, en La Asunción, donde se llevaba a cabo "Completica" como decía la gente de antes. Desde el Domingo de Ramos hasta el Sábado de Gloria, se veían, entre otras procesiones, las de Jesús en el Huerto, Cristo en la Columna, La Humildad y Paciencia, Jesús Nazareno y El Sepulcro, estas dos últimas revestidas de gran solemnidad. Con personas de toda la Isla y hasta de fuera que venían expresamente a mirarlas.
El Miércoles Santo, resultaban insuficientes las coloniales calles de la ciudad Capital, para contener el mar humano que se desbordaba sobre ellas, con niños, jóvenes y viejos, pagando "Promesas" vestidos de Nazarenos, luciendo sus hábitos y bonetes morados. I la imagen doblada bajo el peso de la cruz, haciendo su recorrido al paso lento de los cargadores. I las cantidades de velas encendidas en manos de la feligresía. I las voces cantarinas de los pregoneros de semilla de merey y maní tostao. I las vendedoras de panes y confites, con sus enormes maras y las empanaderas y las distribuidoras de café y de cacao. I el encuentro de Jesús Nazareno con su afligida madre que venía trajeada de negro por otra callejuela, acompañada de San Juan y de la Magdalena. I las palabras conmovedoras del sacerdote recordando la vida de Jesús. I luego el peregrinar del retorno, hacia las distintas localidades, pasada la media noche. I los pequeños recuerdos como cabitos de velas, florecitas del mesón, gajitos de pelos y de manto, bojoticos y pañuelos repletos de la merienda para los que no habían podido asistir.
Después el Viernes Santo, ya no con la fresca de la noche, sino en medio del sol canicular margariteño, nuevamente las peregrinaciones. I el Dios muerto saliendo del antiguo templo de San Francisco en su sepulcro adornado con las mejores flores de los jardines isleños, al compás de las litúrgicas notas del Popule Meus y de los lentísimos pasos de los cargadores de promesas. I los honorables llevadores del Palio. I los soldados que le acompañaban máuser al hombro y bayoneta calada. I las vibrantes notas de la corneta y el golpe de la "Caja" en cada uno de las cuadras. I los característicos sonidos de las matracas. I el gentío “enfundados en trajes negros o de colores serios" sudando la gota gorda. I las matronas rosario en mano desgranando oraciones y plegarias y el gentío a coro contestando; sin que nadie, ni chico ni grande osara retirarse por nada del mundo hasta que no se metiera la procesión en la Iglesia, para despedirse de ella y rogarle por sí y por los suyos, presentes o ausentes. Luego nuevamente la peregrinación del retorno, casi igual al miércoles pero en horas más tempranas.

Junto con todo esto es digno recordar también la manera mística como se guardaba, por otra parte, dicha Semana Santa, cuando en las primeras horas del jueves, se empezaba por recoger, todas las herramientas de labranza, como: azadones, picos, coas, hachas, machetes, cuchillos, etc.,etc. para pacientemente irlos acomodando en un apartado rincón, declarándolos en forzado receso. Asimismo ir colocando boca abajo dentro de la cocina, todos los utensilios de uso cotidiano, desde las cazuelas y los platos cercadeños, pasando por la ollita del café y la de la leche, hasta el más insignificante objeto culinario. Igualmente seguir tapando las “piedras de moler", el pilón y la escusa (minúscula y rústica despensa colgante del techo), y apagar los últimos vestigios de lumbre mantenida en el fogón a base de leña fuerte, esperando la hora del "Encierro" para declararse fuera de toda actividad material y dar comienzo a una rigurosa inactividad que no rompían "Ni por la cosa más necesaria del mundo".
Durante este corto período solo truncaban su misticismo para ingerir algunos sorbos de agua , una que otra fruta almacenada previamente y pequeñas raciones de harina de maíz tostado y “entaparado" con anticipación o llevarle una ligera ración al burro, a la vaca, a la cabra y a los cochinos atados en el fondo del corral. Se contaba que durante estos días, los novios se separaban y ni siquiera una “picada" de ojos se entrecruzaban y los esposos o amantes no hacían contacto corporal por temor a que les pudiesen salir los hijos deformes debido a que el Dios muerto no contribuiría a su formación, o a quedarse pegados hasta el repique de Gloria como castigo celestial, o a expiar su desobediencia en las "Quintas pailas del infierno" a la hora de la muerte. Con lujo de detalles se narraban a manera de ejemplo, diversos casos de heridas, aporreos, accidentes, muertes, etc, etc., sucedidos una y otra vez, en sitios diferentes, a los profanos desacatantes de esas tradicionales creencias.
El Sábado de Gloria, suspendían el aislamiento al oírse el repique de las campanas. Volviendo la alegría a los hogares, la lumbre a los fogones, el trabajo q los conucos, la actividad a las casas, las vacas y las cabras a los ordeñaderos, la carne y los pescados a los puestos de venta y por ende la vida a su lucha incesante. Claro que de esas costumbres ya casa nada queda, amén de los recuerdos y el murmullo criticón de alguna que otra vieja que se ha resistido a acogerse a las transformaciones. Las procesiones fueron absorbidas por las playas, la abstinencia dejó de su tabú y la música sacra fue suplantada por la moderna. Es decir, la transculturación casi ha ido matando a lo autóctono.
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